De nuevo con vosotros, esta vez con un post sobre un tema “profundo”, con cierta carga filosófica y psicológica, que incluye reflexiones personales algunas de las que posiblemente unos cuantos nos hemos planteado en algunas ocasiones.
Las reflexiones y la pregunta por el sentido de la vida me han visitado con fuerza sobretodo cuando me han ocurrido cosas o he vivido experiencias que me han producido un sufrimiento relevante en intensidad y/ó en duración. La muerte inesperada (en mi opinión siempre lo es) de un ser querido, una enfermedad seria y grave que trunca un proyecto vital mucho antes de lo esperado, han sido algunas de las causas que me han hecho reflexionar sobre esa pregunta.
Opino que todas las cosas que hacemos, las pruebas a las que nos enfrentamos diariamente, deben tener un cierto sentido para nosotros, deben estar dentro del marco de lo esperable, de lo que hemos comprendido y madurado en años y años de educación y aprendizaje, deben ser cosas o experiencias que, en lenguaje coloquial, definiríamos como razonablemente “normales”.
Una enfermedad grave puede debilitar fácilmente nuestra fortaleza interior por lo que es importante (yo diría que necesario) proponerse un objetivo que otorgue sentido a nuestra vida. Las palabras de Nietzsche “quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo” pueden ser la motivación de los esfuerzos de todos aquellos que lo pasan / pasamos mal. Aún cuando las cosas se pongan feas de verdad, es preciso percibir que nuestra vida tiene algún sentido tiene alguna meta, alguna intencionalidad y, por tanto, alguna finalidad para seguir luchando.
Tener un propósito, una motivación, hace sentirnos más seguros y nos ayuda a ser más resilientes, más capaces de adaptarnos ante situaciones adversas, incluso salir de ellas transformados en más positivos. Nos ayuda a ocuparnos en lugar de preocuparnos.
Estas reflexiones me han venido después de leer un libro sorprendente, un libro distinto que ha sido un éxito mundial y que fue declarado por la Library of Congress, en Washington, como uno de los diez libros de mayor influencia en Estados Unidos en el siglo XX.
Se trata del ensayo “El hombre en busca de sentido” de Viktor Frankl. El autor y psiquiatra ( y también neurólogo) austriaco es uno de los referentes más destacados en la psicología del siglo pasado, fundador de la llamada “logoterapia”, la llamada tercera vía de la psicología en Austria, una teoría basada en el existencialismo desarrollada debido a la experiencia del autor como prisionero en diversos campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial.